Ancient MesoAmerica News Updates 2007, No. 23: Mount Tlaloc - Second Season Planned at the Nevado de Toluca Site
On Thursday May 31, 2007, the Consejo Nacional para las Culturas y las Artes posted on their website a notice which reported on the planning of the second season at Mount Tlaloc, the site that has revealed so many remarkable archaeological findings this year (edited by AMaNU):
Investigadores del INAH planifican la segunda temporada en el Nevado de Toluca - Durante la segunda temporada de campo en el Nevado de Toluca, investigadores de la Subdirección de Arqueología Subacuática y del área de Arqueología de Alta Montaña, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), planean dragar la laguna de la Luna con la finalidad de llegar a estratos más bajos, donde posiblemente se localicen objetos prehispánicos más antiguos y pesados que los obtenidos hasta ahora.
Así lo anunciaron Arturo Montero García y Roberto Junco, codirectores del Proyecto de Arqueología Subacuática en el Nevado de Toluca 2007, evento que concluyó su primera temporada de campo el pasado lunes, tras 26 días de permanecer en la montaña, junto con un equipo de investigadores, a 4,210 metros de altura sobre el nivel del mar, y a una temperatura promedio de ocho grados centígrados.
Tras varias inmersiones por parte de Roberto Junco y Fernando Lozano, así como el buzo estadounidense John Reinhard, de National Geographic, se recuperaron por lo menos 50 ofrendas prehispánicas o tlamanalli como turquesa, cuentas cilíndricas de jadeita, petatillo, navajillas de obsidiana, copal, púas y pencas de maguey.
Asimismo, diez cetros de madera laminar, posiblemente oyamel, denominados rayo-serpientes o xiuhcoatl, del Postclásico Tardío (1200/1300-1521 d. C.), similares a los que porta en su mano el dios Tláloc en el Códice Durán y que también se han encontrado en la cumbre del Iztaccíhuatl y el Templo Mayor.
El material extraído se colocó en refrigeradores de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH, donde permanecerá por espacio de dos años para estabilizarlo; posteriormente los especialistas determinarán en dónde podrían exhibirse las piezas recuperadas.
Por lo pronto, los arqueólogos consideraron que “aún falta lo mejor”; en la profundidad de la laguna de la Luna “aguardan muchas sorpresas” como cerámica y lítica, materiales sólo encontrados en 16 sitios cercanos al volcán, precisó Arturo Montero, al destacar que las ofrendas son instrumentos sagrados entregados a la montaña, y son la presencia perenne de aquellos hombres y su sociedad.Roberto Junco recordó que a poca profundidad se hallaron diversos objetos prehispánicos, por lo que adelantó que tramitarán los permisos necesarios para dragar el sitio y llegar así a lo más hondo de la laguna de la Luna.
Así lo anunciaron Arturo Montero García y Roberto Junco, codirectores del Proyecto de Arqueología Subacuática en el Nevado de Toluca 2007, evento que concluyó su primera temporada de campo el pasado lunes, tras 26 días de permanecer en la montaña, junto con un equipo de investigadores, a 4,210 metros de altura sobre el nivel del mar, y a una temperatura promedio de ocho grados centígrados.
Tras varias inmersiones por parte de Roberto Junco y Fernando Lozano, así como el buzo estadounidense John Reinhard, de National Geographic, se recuperaron por lo menos 50 ofrendas prehispánicas o tlamanalli como turquesa, cuentas cilíndricas de jadeita, petatillo, navajillas de obsidiana, copal, púas y pencas de maguey.
Asimismo, diez cetros de madera laminar, posiblemente oyamel, denominados rayo-serpientes o xiuhcoatl, del Postclásico Tardío (1200/1300-1521 d. C.), similares a los que porta en su mano el dios Tláloc en el Códice Durán y que también se han encontrado en la cumbre del Iztaccíhuatl y el Templo Mayor.
El material extraído se colocó en refrigeradores de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH, donde permanecerá por espacio de dos años para estabilizarlo; posteriormente los especialistas determinarán en dónde podrían exhibirse las piezas recuperadas.
Por lo pronto, los arqueólogos consideraron que “aún falta lo mejor”; en la profundidad de la laguna de la Luna “aguardan muchas sorpresas” como cerámica y lítica, materiales sólo encontrados en 16 sitios cercanos al volcán, precisó Arturo Montero, al destacar que las ofrendas son instrumentos sagrados entregados a la montaña, y son la presencia perenne de aquellos hombres y su sociedad.Roberto Junco recordó que a poca profundidad se hallaron diversos objetos prehispánicos, por lo que adelantó que tramitarán los permisos necesarios para dragar el sitio y llegar así a lo más hondo de la laguna de la Luna.
Aunque por el momento no existe fecha para la próxima temporada de campo, el arqueólogo buzo explicó que la técnica de dragado de ninguna manera afectaría el medio ambiente, y destacó que las pencas y púas de maguey, así como las semillas prehispánicas encontradas sumergidas a principios del mes de mayo en “excelente estado”, son muestra irrefutable de que la acidez y temperatura del agua de la laguna, conservan lo que no se puede en tierra.
Por ello, insistió en que los resultados que se obtengan del trabajo de gabinete, serán fundamentales para planear la próxima temporada de campo y comprender mejor los ritos que se llevaron a cabo en el Nevado de Toluca o Xinantécatl. “Trabajaremos durante meses de manera científica y sistemática con los materiales encontrados para llegar a un tipo de interpretación.Arturo Montero, calificó de exitosa la investigación en el Nevado de Toluca, pero lamentó no haber encontrado restos de niños sacrificados como se describe en los códices virreinales; sin embargo, destacó que durante la segunda temporada de campo esa será una de las principales líneas de investigación.
Por su parte, Víctor Arribalzaga, investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, resaltó que en la siguiente temporada se proyectará investigar cuevas previamente identificadas donde posiblemente enterraban los restos de niños ofrendados que envolvían en petate, material localizado en la laguna de la Luna.Destacó el hallazgo de una calzada de aproximadamente 500 metros de largo por 30 de ancho, así como estructuras para proteger de las inclemencias del tiempo a la gente que subía a la montaña a dejar sus ofrendas. Comentó que el Nevado de Toluca es un compendio de la cosmovisión indígena del pasado y del presente que ha integrado a la religión, la ciencia, la cultura y la forma de vida a través de los tiempos.
Toda la montaña fue un centro intelectual y religioso, como lo demuestran las ofrendas depositadas en sus lagunas y la estela encontrada en el borde norte del cráter que “nos lleva a considerar la posibilidad de ser un observatorio astronómico que regía el calendario agrícola. Todo esto nos muestra un paisaje ritualmente significativo.” En Mesoamérica –aseveró–, el culto en las cumbres habitualmente estaba destinado para propiciar la lluvia, y aunque no era el único motivo por el que ascendían litúrgicamente, sí era al menos el más importante.
Los sitios arqueológicos en la alta montaña no son necesariamente similares entre sí. Del Postclásico Tardío, hay evidencia de la celebración ritual en las más altas e inaccesibles montañas, en otras buscaban la abundancia de agua, algunas se usaron sólo para la nobleza, y las menos, a la observación de los astros; la mayoría eran receptoras de sencillas ofrendas por parte de campesinos en la búsqueda de un clima benigno para sus campos de labor, puntualizó.
“Lograr un ascenso a la alta montaña era una demostración de la trascendencia biológica que se lograban por medio del fervor religioso. El sentido de subir a espacios yermos y agrestes, permitía trascender la escala orgánica. Al realizar travesías por las altas cimas, se ponían de manifiesto la condición y preparación física y mental excepcional que hacía de los peregrinos, individuos originales que se distinguían del estándar colectivo.”
Subir significaba romper con la escala humana asignada, llegar más allá de lo cotidiano y de lo mundano. La complejidad del ascenso era el proceso indispensable de esa metamorfosis, señaló Víctor Arribalzaga al destacar que, de esa manera se adquiría una dimensión distinguida, “pues se superaban los constreñimientos orgánicos de la existencia y de las limitaciones sociales.”
Desde esta perspectiva es posible que para los creyentes prehispánicos, subir a la montaña permitiera abrir un paréntesis en la cotidianidad: el desplazamiento a las alturas llevaba a lo imaginario, a lo sagrado. El poder de sobreponerse a la distancia y la altura añadía una dimensión que permitía llegar a un diálogo más claro con los seres sobrenaturales, concluyó (source CONACULTA - Sala de Prensa).
Toda la montaña fue un centro intelectual y religioso, como lo demuestran las ofrendas depositadas en sus lagunas y la estela encontrada en el borde norte del cráter que “nos lleva a considerar la posibilidad de ser un observatorio astronómico que regía el calendario agrícola. Todo esto nos muestra un paisaje ritualmente significativo.” En Mesoamérica –aseveró–, el culto en las cumbres habitualmente estaba destinado para propiciar la lluvia, y aunque no era el único motivo por el que ascendían litúrgicamente, sí era al menos el más importante.
Los sitios arqueológicos en la alta montaña no son necesariamente similares entre sí. Del Postclásico Tardío, hay evidencia de la celebración ritual en las más altas e inaccesibles montañas, en otras buscaban la abundancia de agua, algunas se usaron sólo para la nobleza, y las menos, a la observación de los astros; la mayoría eran receptoras de sencillas ofrendas por parte de campesinos en la búsqueda de un clima benigno para sus campos de labor, puntualizó.
“Lograr un ascenso a la alta montaña era una demostración de la trascendencia biológica que se lograban por medio del fervor religioso. El sentido de subir a espacios yermos y agrestes, permitía trascender la escala orgánica. Al realizar travesías por las altas cimas, se ponían de manifiesto la condición y preparación física y mental excepcional que hacía de los peregrinos, individuos originales que se distinguían del estándar colectivo.”
Subir significaba romper con la escala humana asignada, llegar más allá de lo cotidiano y de lo mundano. La complejidad del ascenso era el proceso indispensable de esa metamorfosis, señaló Víctor Arribalzaga al destacar que, de esa manera se adquiría una dimensión distinguida, “pues se superaban los constreñimientos orgánicos de la existencia y de las limitaciones sociales.”
Desde esta perspectiva es posible que para los creyentes prehispánicos, subir a la montaña permitiera abrir un paréntesis en la cotidianidad: el desplazamiento a las alturas llevaba a lo imaginario, a lo sagrado. El poder de sobreponerse a la distancia y la altura añadía una dimensión que permitía llegar a un diálogo más claro con los seres sobrenaturales, concluyó (source CONACULTA - Sala de Prensa).
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