Ancient MesoAmerica News Updates 2008, No. 66: El Manatí, Veracruz - Place of Worship to the Lord of the Mountain?
The researchers in charge of the archaeological project at El Manatí, in the Mexican state of Veracruz, Ponciano Ortiz and Carmen Rodríguez suggest that the large offering at the foot of mountain site represents multiple deposits that were part of ceremonies conducted in honor of the Lord of the Mountain, who controled the rain, thunder, and lightning. These ceremonies may have been held by at least 20 generations of local and regional Olmec worshippers. The El Manatí project, under the auspices of the Instituto Nacional de Antropología e Historia, was the subject of two earlier Ancient MesoAmerica News Updates (2008, Nos. 53 & 58). Today, Tuesday July 15, 2008, the INAH posted a short report on the suggestion by Ortiz and Rodríguez, providing details of the excavations and reconstructions of the possible ceremonies executed at the site as well as a chronological overview of the most important discoveries (edited by AMaNU) (composite photograph: Archivo Medios/INAH):
La Casa de Dios del Agua cerca del cielo: El Manatí - Al compás de un tambor, ocarinas, silbatos de caña y maracas, en una noche de luna llena, cuando las pléyades anunciaban la llegada de las lluvias, o bien cuando éstas no se veían, hace más de tres mil 600 años, los olmecas rendían tributo al Dios de la Montaña, en su cerro sagrado El Manatí.
Muy cerca de las nubes, durante seis siglos, al menos 20 generaciones de hombres cocinaron, jugaron a la pelota, cantaron y bailaron quizá para pedir a sus dioses que el agua fuese benévola con ellos y no inundara las ciudades que se establecieron en los alrededores del sitio. El espacio sagrado de los olmecas, la casa de los dioses de la lluvia, ubicado al sur del estado de Veracruz, en el ejido del Macayal, perteneciente al municipio de Hidalgotitlán, representó para ellos el axis mundi, el lugar donde el cielo y la tierra se conectaban y el agua nacía.
Las ceremonias religiosas efectuadas en el sitio, que ahora es celosamente vigilado por monos, iguanas, ocelotes y aves de colores, culminaron con una ofrenda masiva de bustos tallados en madera, acompañados por elementos en su mayoría orgánicos, que lograron preservarse a través del tiempo debido a las condiciones anaeróbicas del lugar.
El Manatí es un domo salino del que emergen manantiales, de agua salada y dulce, que dotan de grandes cantidades del líquido a la zona. Además de esta característica, en el lugar se encuentran otros elementos vinculados a la ideología religiosa olmeca, como yacimientos de hematina (pigmento natural color rojo).
En la cosmovisión de algunas culturas las montañas eran veneradas como la casa de los dioses de la lluvia, razón por la que los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez, encargados del proyecto Manatí, asocian las ofrendas ahí localizadas con ceremonias rituales, probablemente en honor al "Señor o Dios de la Montaña", que controlaba la lluvia, los relámpagos y truenos, es decir, el agua. “Creemos que las ofrendas que localizamos al pie del cerro fueron hechas para pedir lluvias y con ello evitar sequías, pero no descartamos la posibilidad de que hayan sido efectuadas para pedir que el agua no provocara inundaciones”, señaló Ponciano Ortiz.
Al pie del cerro, junto a los cauces de los manantiales, los olmecas realizaron los enterramientos de sus ofrendas en una especie de poza formada por la vieja ruta del agua que brota del lado oeste del cerro. Aunque se desconocen las fechas exactas, las investigaciones hechas a partir de elementos recuperados como vasijas, hachas, pelotas de hule y semillas en las excavaciones de las seis temporadas de campo que se realizaron dentro del proyecto Manatí de 1998 a 1996, indican la existencia de por lo menos tres importantes fases de ocupación, que fueron del 1600 al 1200 a. C.
Las tres fases de ocupación, de acuerdo con los investigadores, presentan características distintas en el uso del espacio y del material que se ofrendó, lo que habla de una constante evolución en los rituales. La etapa más antigua, fechada por el carbono 14 en 1600 a.C., se asocia con la construcción de la poza que resguardó a las ofrendas, ya que se encontró un lecho de piedras areniscas de entre 10 centímetros y 1.50 metros concentradas hacia la orilla del cerro.
En esa etapa se localizaron fragmentos de vasijas, cajes de piedra, morteros y metates; una gran cantidad de hachas de jadeíta, dispersas por la zona, y collares del mismo material, así como dos pelotas de hule. Después de esta ofrenda, el lugar se cubrió con una capa de turba hecha de materia orgánica. Alrededor del 1500 a. C. los olmecas regresaron al lugar, y realizaron nuevas ofrendas. De esta etapa se localizaron hachas de jade y otras piedras finas perfectamente acabadas y pulidas hasta el punto de alcanzar una textura cerosa y brillo de espejo.
En la segunda etapa el ritual cambió. Las hachas fueron cuidadosamente sepultadas y acomodadas en el fango en conjuntos de forma variada como amontonamientos, grupos simples dispuestos en un patrón norte-sur o este-oeste, simétricamente, en forma de pétalos de flor, etc.
Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez señalaron que estudios recientes, hechos por especialistas franceses, confirmaron que el jade de las hachas de El Manatí proviene del Valle de Montagua, Guatemala, lo que habla de las relaciones de comercio que tenían los olmecas. Las ofrendas pertenecientes a esta etapa fueron cubiertas por capas de lodo muy fino, de textura pegajosa y con un alto contenido de materia orgánica.
La tercera fase significó para los investigadores un gran acontecimiento, ya que en ella fueron descubiertos bustos tallados en madera únicos en México; aunque aún se desconoce a quién representaban, su belleza escultórica no deja de impactar a los visitantes del Museo Regional Tuxteco, lugar donde se exhiben algunos de ellos y otros materiales recuperados de El Manatí (source INAH - Sala de Prensa).
Muy cerca de las nubes, durante seis siglos, al menos 20 generaciones de hombres cocinaron, jugaron a la pelota, cantaron y bailaron quizá para pedir a sus dioses que el agua fuese benévola con ellos y no inundara las ciudades que se establecieron en los alrededores del sitio. El espacio sagrado de los olmecas, la casa de los dioses de la lluvia, ubicado al sur del estado de Veracruz, en el ejido del Macayal, perteneciente al municipio de Hidalgotitlán, representó para ellos el axis mundi, el lugar donde el cielo y la tierra se conectaban y el agua nacía.
Las ceremonias religiosas efectuadas en el sitio, que ahora es celosamente vigilado por monos, iguanas, ocelotes y aves de colores, culminaron con una ofrenda masiva de bustos tallados en madera, acompañados por elementos en su mayoría orgánicos, que lograron preservarse a través del tiempo debido a las condiciones anaeróbicas del lugar.
El Manatí es un domo salino del que emergen manantiales, de agua salada y dulce, que dotan de grandes cantidades del líquido a la zona. Además de esta característica, en el lugar se encuentran otros elementos vinculados a la ideología religiosa olmeca, como yacimientos de hematina (pigmento natural color rojo).
En la cosmovisión de algunas culturas las montañas eran veneradas como la casa de los dioses de la lluvia, razón por la que los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez, encargados del proyecto Manatí, asocian las ofrendas ahí localizadas con ceremonias rituales, probablemente en honor al "Señor o Dios de la Montaña", que controlaba la lluvia, los relámpagos y truenos, es decir, el agua. “Creemos que las ofrendas que localizamos al pie del cerro fueron hechas para pedir lluvias y con ello evitar sequías, pero no descartamos la posibilidad de que hayan sido efectuadas para pedir que el agua no provocara inundaciones”, señaló Ponciano Ortiz.
Al pie del cerro, junto a los cauces de los manantiales, los olmecas realizaron los enterramientos de sus ofrendas en una especie de poza formada por la vieja ruta del agua que brota del lado oeste del cerro. Aunque se desconocen las fechas exactas, las investigaciones hechas a partir de elementos recuperados como vasijas, hachas, pelotas de hule y semillas en las excavaciones de las seis temporadas de campo que se realizaron dentro del proyecto Manatí de 1998 a 1996, indican la existencia de por lo menos tres importantes fases de ocupación, que fueron del 1600 al 1200 a. C.
Las tres fases de ocupación, de acuerdo con los investigadores, presentan características distintas en el uso del espacio y del material que se ofrendó, lo que habla de una constante evolución en los rituales. La etapa más antigua, fechada por el carbono 14 en 1600 a.C., se asocia con la construcción de la poza que resguardó a las ofrendas, ya que se encontró un lecho de piedras areniscas de entre 10 centímetros y 1.50 metros concentradas hacia la orilla del cerro.
En esa etapa se localizaron fragmentos de vasijas, cajes de piedra, morteros y metates; una gran cantidad de hachas de jadeíta, dispersas por la zona, y collares del mismo material, así como dos pelotas de hule. Después de esta ofrenda, el lugar se cubrió con una capa de turba hecha de materia orgánica. Alrededor del 1500 a. C. los olmecas regresaron al lugar, y realizaron nuevas ofrendas. De esta etapa se localizaron hachas de jade y otras piedras finas perfectamente acabadas y pulidas hasta el punto de alcanzar una textura cerosa y brillo de espejo.
En la segunda etapa el ritual cambió. Las hachas fueron cuidadosamente sepultadas y acomodadas en el fango en conjuntos de forma variada como amontonamientos, grupos simples dispuestos en un patrón norte-sur o este-oeste, simétricamente, en forma de pétalos de flor, etc.
Ponciano Ortiz y Carmen Rodríguez señalaron que estudios recientes, hechos por especialistas franceses, confirmaron que el jade de las hachas de El Manatí proviene del Valle de Montagua, Guatemala, lo que habla de las relaciones de comercio que tenían los olmecas. Las ofrendas pertenecientes a esta etapa fueron cubiertas por capas de lodo muy fino, de textura pegajosa y con un alto contenido de materia orgánica.
La tercera fase significó para los investigadores un gran acontecimiento, ya que en ella fueron descubiertos bustos tallados en madera únicos en México; aunque aún se desconoce a quién representaban, su belleza escultórica no deja de impactar a los visitantes del Museo Regional Tuxteco, lugar donde se exhiben algunos de ellos y otros materiales recuperados de El Manatí (source INAH - Sala de Prensa).
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